En el primer año de Iván Duque

En el primer año de Iván Duque

El presidente Duque tiene tres problemas con los que no ha podido lidiar adecuadamente: la inseguridad, la corrupción y el desempleo.

Al cumplirse el primer año de gobierno del presidente Duque hay consenso entre los malquerientes en calificarlo con muy bajas notas que se reflejan en la mediana favorabilidad que alcanza en las encuestas, de entre 30 y 40 puntos porcentuales. Pero, si bien no se puede comparar con un gobernante como Uribe, que nunca bajó del 60%, hay que decir que tampoco le ha ido tan mal como a Santos, que alcanzó a romper la línea de flotación del 10%.

El lío de Duque radica, básicamente, en que tiene tres problemas con los que no ha podido lidiar adecuadamente y que se han agrandado, para disfrute de la oposición. Ellos son la inseguridad, la corrupción y el desempleo. Esos son los temas que más les preocupan a los colombianos hoy.

En cuanto al primero, tanto en el campo como en las ciudades, la sensación es que hemos retrocedido a la misma situación de hace veinte años. Es cierto que el índice de homicidios se mantiene bajo en comparación con esas épocas, pero también lo es que las calles son propiedad de los ladrones de celulares, relojes, bicicletas, repuestos automotrices o dinero en efectivo, además de las incontables mafias que se disputan el microtráfico de drogas, los préstamos gota a gota, la prostitución, el limosneo, las ventas ambulantes y la extorsión, entre otras actividades.

Por su parte, el país rural está en manos de grupos armados que se disputan toda clase de rentas ilícitas, como la producción de coca, la extracción ilegal de minerales como el oro y el usufructo de los presupuestos municipales y departamentales en contubernio con funcionarios públicos. Estos grupos armados protagonizan cinco conflictos internos —como lo ha dicho Christoph Harnisch, delegado del Comité Internacional de la Cruz Roja—, y hacen que Colombia, a pesar de la firma de una supuesta paz, esté «en guerra», como lo afirmó recientemente José Miguel Vivanco, de Human Rights Watch. Y no se puede olvidar un ingrediente perverso como es la presencia cada vez más activa en el país de los sanguinarios carteles mexicanos.

En cuanto a la corrupción, el problema puede ser más de percepción que de realidad, pero es algo que indigna cada vez más a los colombianos. No creemos que haya hoy mucha más corrupción de la que había, por ejemplo, en la época en la que Turbay hablaba de la necesidad de «reducirla a sus justas proporciones». Sin embargo, el tema es altamente sensible y el Estado no envía las señales correctas; la Justicia, en concreto, se muestra sumamente laxa, castigando con penas muy cortas, concediendo casi automáticamente el beneficio de la casa por cárcel y recuperando muy poco de los recursos hurtados.

En los colombianos crece la noción de que los corruptos quedan libres y millonarios —sin hablar de los que no son descubiertos—, y de que cualquier falencia en la educación, la atención en salud o los programas de vivienda, es efecto de la corrupción. La gente reclama cada vez más subsidios y, al no obtenerlos, subyace el imaginario de que le están robando lo que por derecho le pertenece; tal vez de ahí la crisis de confianza en todas las instituciones, cuya credibilidad está por el piso.

Y, en cuanto al desempleo, no hay duda de que es el mayor factor de preocupación de los colombianos en la actualidad. No solo porque en las últimas mediciones se haya incrementado, sino por la baja calidad del empleo: la mitad de los colombianos está en la informalidad, y los mayores empleadores son las micros, pequeñas y medianas empresas, donde los trabajos son precarios. Los que gozan de empleo estable y de las arandelas que ofrecían las empresas en el pasado, son una minoría.

Como si fuera poco, el Gobierno reconoce la incidencia que está teniendo en el tema la inmigración de venezolanos. Si no había empleo para los locales, tampoco podía existir para los foráneos. Pero, tratándose de una mano de obra más barata, está desplazando a los trabajadores nativos, y la xenofobia ya empieza a verse con panfletos amenazantes que han aparecido en ciudades como Bucaramanga.

Brasil y Chile prácticamente les cerraron la entrada a los venezolanos. Perú y Ecuador han hecho lo mismo al solicitarles visa. Colombia, en cambio, ha olvidado aquello de que «la solidaridad empieza por casa» y ha hecho ojos ciegos a los efectos perversos de tener millón y medio de inmigrantes, cifra que se duplicará en breve, según los expertos.

Así que si el «joven e inexperimentado» presidente Duque no mejora los indicadores de esos tres megaproblemas nos podemos ir despidiendo para darle la bienvenida a un Gustavo Petro, ese sí un «subpresidente», un verdadero títere del castrochavismo y la progresía continental.

@SaulHernandezB

Publicado: agosto 13 de 2019

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